FAM

El Vicepresidente de la FAM participó en la presentación del último libro de Jorge Terragno.

Gerardo Bellocq estuvo presente en el acto donde su autor habló de “Acuerdo de gobernabilidad y Políticas públicas”, propuesto por el mismo Terragno y que ya fue rubricado por varias fuerzas políticas de la oposición.

El Vicepresidente de la Nación Julio Cobos, el líder del PRO, Mauricio Macri, Eduardo Duhalde, Stolbizer y el Socialismo, entre otras importantes figuras de la oposición plantearon trabajar en políticas de largo plazo a partir del establecimiento de metas colectivas. Terragno manifestó que “el acuerdo tiene que ser lo más amplio posible”, ya que “no es un acuerdo ideológico”.

“No elimina la diferencia entre los partidos, es un acuerdo sobre los temas que tiene que hacer cualquier gobierno cualquiera sea su ideología y que implicará varios periodos de gobierno, que quizá sean de partidos políticos diferentes”, indicó Terragno.

Las cinco cláusulas: de gobernabilidad; de estado de derecho; de seguridad jurídica; de transparencia y de constitución de agenda común en cuanto a desarrollo productivo, federalismo económico, pleno empleo, aumento del poder adquisitivo del salario, erradicación de la pobreza, educación masiva de calidad, seguridad ciudadana, lucha contra la corrupción.

A lo largo de casi 200 años, Argentina creció, convulsivamente, por razones aleatorias o proyectos que quedaron truncos.
Cuando las naciones industriales no se alimentaban a sí mismas, el país fue “el granero del mundo”. Vivió un corto tiempo de bonanza y supo aprovecharla, haciendo obras de infraestructura y creando un formidable sistema de educación.

Luego sobrevino el “deterioro de los términos de intercambio”, y con las materias primas en baja, Argentina no supo qué hacer.
Hubo, en 1946-1955, un progreso industrial. Para lograrlo, se levantaron barreras arancelarias, creando así un mercado cautivo. Falto de artículos importados, ese mercado debió conformarse con productos nacionales de inferior calidad; pero su sacrificio temporal permitió la expansión de la industria liviana, y con ella, el nacimiento de una clase obrera a la cual Juan Domingo Perón otorgó derechos y entidad política.

Claro que, sin autonomía energética ni industria pesada, aquella industria era poco competitiva: Argentina no podía exportar ni abrir su mercado interno. Para lograr la eficiencia necesitaba, entre otras cosas, extraer el petróleo de lo profundo y convertir hierro en acero. El ahorro interno resultaba exiguo a tales fines y, en 1958-1962, se recurrió al capital internacional. Eso dio lugar a la autarquía petrolera y a una vital siderurgia. No obstante, el derrocamiento de Arturo Frondizi interrumpió aquel proceso.

Durante los 90 se pensó que el Estado no necesitaba (o no debía) impulsar el desarrollo. Según el dogma de la época, el mercado era insuperable en la tarea de asignar recursos y producir riqueza. Esa confianza –unida a un peso sobrevaluado– condujo a cuatro años de recesión, altas tasas de desempleo y la hecatombe de 2001.

En los últimos años, China multiplicó la demanda global de alimentos y tuvimos otra oportunidad de acumular riqueza; pero esta vez no supimos aprovecharla. La Argentina imitó a la cigarra, no a la hormiga. Creyó que había encontrado un “modelo” y se durmió en los laureles.


Cómo estamos.

Siempre que analizamos las diferencias que nos separan del mundo desarrollado –cuyo producto per cápita es 5 a 10 veces superior al nuestro– nos alarmamos pero, a la vez, nos consolamos: nosotros “gozamos” de un “desarrollo medio”, y aunque no tengamos los indicadores de Estados Unidos o Europa, somos “privilegiados” respecto a la mayoría de los países del mundo.

Para comprender nuestra real situación debemos compararnos con otros países de desarrollo medio. Nadie imagina que estemos tan mal como prueba la siguiente estadística, donde se registran algunos productos per cápita (en dólares corrientes), escogidos del último informe del Banco Mundial: Croacia, 10.460; Lituania, 9.92; Libia, 9.010; Chile, 8.350; México, 8.340; Argentina, 6.050.

Los indicadores sociales reflejan esta debilidad económica. La mortalidad infantil, por ejemplo, es alarmante. Esta es la cantidad de niños que no llegan a los 5 años, por cada mil nacidos vivos: Croacia, 6; Filipinas, 7; Serbia, 8; Tailandia, 8; Chile, 9; Argentina, 16.

Bases del Plan.

A veces, “el remedio es peor que la enfermedad”. Cuando una política económica o social tiene efectos secundarios o colaterales, lo que beneficia en un sentido, puede perjudicar en otro. Si se quiere conseguir todo a la vez, hay que saber cómo contrarrestar las consecuencias no queridas.

Es necesario considerar, por ejemplo, que:
*Para lograr la indispensable cohesión social, se debe redistribuir ingresos. Pero eso hará que “los de abajo” ganen más y “los de arriba” menos.
Si la redistribución se hace gravando desmedidamente las ganancias, desalentará la inversión, y esto afectará a la economía. Será un boomerang.

*Un modo de redistribuir consiste en reducir los impuestos a la producción y el consumo (retenciones, IVA, cheque), que no distinguen entre ricos y pobres. Pero implantar un nuevo régimen tributario, centrado en los impuestos que se ajustan a la capacidad contributiva de cada uno, puede desfinanciar, durante un período, al Estado.
*Para aumentar la productividad, hace falta más tecnología. Pero máquinas y software reemplazan personal. Esto puede causar, al menos transitoriamente, desempleo.
*Para tener una economía fuertemente exportadora, se requiere un tipo de cambio competitivo. Pero un “dólar caro” puede provocar inflación.
*El plan que propongo debe reconocer los posibles efectos secundarios o colaterales y el modo de contrarrestarlos.
También debe tener en cuenta que todo poder está sometido a restricciones (externas e internas; históricas, culturales, políticas y económicas), por lo cual una estrategia de desarrollo institucional, económico y social ha de prever la manera de correr los límites que tales restricciones ponen a la voluntad.

Prensa Vicepresidencia Primera de la FAM.

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